Extraído de:
“Un
elemento sumamente peculiar, que emergió como una aparición fantasmagórica en
medio de todo el mare mágnum que suponía Intxaurrondo y su entorno, fue Ignacio
Indart. Su nombre aparecía en las diligencias abiertas por Andreu y los
informes de los guardias civiles le relacionaban estrechamente con Santamaría.
Cuando comenzamos a preguntar por él notamos como su sola mención originaba
comentarios de lo más respetuoso entre los contrabandistas. Ese sentimiento se
fue agrandando según nos acercábamos a su círculo más próximo en Nafarroa. El
mayor de los Indart era toda una personalidad y, entre sus méritos acumulados,
contaba con varios premios del Gobierno de Iruña por la excelente calidad de
los caballos que criaba para producir carne.
Cuando
por fin nos encontramos con él comprendimos el porqué del respeto que suscitaba
entre sus allegados. No era precisamente su aspecto externo lo que más imponía.
Apenas medía mas allá de los 160 centímetros y la sesentena la llevaba ya bien
entrada. Pero era una persona de mirada penetrante, aunque cordial y, sobre
todo, de muy pocas palabras. En su rostro reflejaba, además, las huellas que el
trabajo duro y la vida habían ido dejando en su existencia. Aquel hombre no era
el clásico von vivant como los contrabandistas al uso. El tipo aquel seguro que
se fajaba a diario en su trabajo y, de sol a sol, se ganaba más que
merecidamente su sustento.
Lo
cierto es que fue él quien vino a nosotros. Lo hizo en dos ocasiones, las mismas
que su nombre apareció mezclado con las redes de narco-contrabandistas. Fue muy
explícito desde el primer momento: <Tabaco si he hecho, y mucho. Pero nada
más. Eso es tan cierto como que Ignacio me llamo>. Su castellano tenía un
fuerte deje euskaldun y no gastaba mas de una palabra en vano. Iba sin rodeos a
los temas y, por eso, no tardó en plantearnos el origen de nuestra información.
Cuando supo que era la propia guardia civil la que lo había incluido dentro del
dossier que posteriormente llega, a Navajas. su exclamación fue muy concreta:
«pues a muchos de ésos yo les he dado mis buenos duros>>.
Después,
con el tiempo, fuimos conociéndonos más y se convirtió en fuente esporádica
nuestra a la hora de contrastar ciertos datos. Nunca regalaba una palabra
porque él mejor que nadie sabía que la información tenía un precio. Esa misma
teoría le había permitido acumular cientos de millones de pesetas. Su fortuna
era incalculable y había provocado la envidia de muchos de los elementos que se
mueven en el hampa del narcotráfico y el proxenetismo, hasta el punto de que
fue objeto en más de una ocasión de intentos de chantaje o, incluso, de
secuestro. Pero Ignacio Indart tenía el dinero a buen recaudo y lo cierto es que
nunca soltó un céntimo a aquellos indeseables. Con el tiempo, supimos que gran
parte de su fortuna se almacenaba en un zulo de su propio domicilio en donde
guardaba gran cantidad de fajos de billetes procedentes de sus operaciones
clandestinas.
Indart tenía en nómina a elementos poderosos de la Guardia Civil, según acabaría reconociéndonos, y sus mejores negocios los había hecho con un contrabandista del Estado francés, el mítico lean Paul Errandonea, una potencia exportadora de la economía gala equiparable a las empresas más poderosas de ese Estado.
Indart tenía en nómina a elementos poderosos de la Guardia Civil, según acabaría reconociéndonos, y sus mejores negocios los había hecho con un contrabandista del Estado francés, el mítico lean Paul Errandonea, una potencia exportadora de la economía gala equiparable a las empresas más poderosas de ese Estado.
Otro
de sus socios privilegiados en operaciones ilegales fue Julián Arozena Albert,
propietario del hotel Arozena de Zestoa. un personaje malencarado que ha pasado
prácticamente desapercibido en las crónicas periodísticas, pero que. en cambio,
ha tenido unas conexiones privilegiadas con el cuartel de Intxaurrondo, en
donde se podía permitir el lujo de sacar de la cama a primeras horas de la
mañana a alguno de sus más cualificados jefes, afeándole, medio en broma medio
en serio, que mientras él se encontraba trabajando, su asalariado estuviese
holgazaneando.
Indart
es además un superviviente nato. Por tres veces al menos se libró de una muerte
cierta. En dos ocasiones las coces de sus caballos impactaron en partes
sensibles de su organismo, hasta el extremo de estar mas muerto que vivo. En
una de ellas aprovechó para casarse en artículo mortis. El último de los
accidentes lo sufrió viniendo en coche desde el sur del Estado español.
Profundamente creyente, Indart atribuye
su suerte en última instancia a alguno de sus ángeles custodios.
Ignacio
Indart es, por méritos propios, el cabeza de lista de una larga serie de
contrabandistas de tabaco que, al cabo del año, mueven en Euskal Herria miles
de millones de pesetas. Y no es sólo que los grandes padrinos gallegos Marcial
Dorado Baulde y José Manuel Lorenzo Ferrazo hayan elegido los puertos vascos
como zona preferente de desembarco de su mercancía, sino que algunos ciudadanos
vascos tienen los suficientes méritos para poder codearse al mas alto nivel en
esta industria. Ellos pueden contratar sin problemas grandes aviones rusos para
efectuar las descargas en Foronda o en Sondika, o tener en nómina a cuantos
elementos hiciesen falta de la guardia civil para facilitar sus operaciones.
Ellos son, dentro de un gran listado, Manuel Argore Ezkurra, Antonio Igoa
Labaien, José Manuel Azpiroz Maritxalar, Jon Mikel y Ricardo Azpiroz Ibarreta,
Miguel Maria Goikoetxea Izagirre y Julián Arozena Albert, entre otros.
A
quien se la tenía jurada Ignacio Indart por algún motivo que nunca llegamos a
conocerfue a Ramón Ezkurdia, un personaje de Legorreta conocido entre sus
convecinos por El Mediquito. Ezkurdia aparecía también ampliamente relacionado
con las redes del narcotráfico y el contrabando, negocio este último en el que
él admitía sin reparos participar activamente, conociendo las conexiones y
corrupciones varias de ese mundillo.”
Andanzas padre Iñaki Iñaki Indart Indice Fosa Gaztelu Un hombre que mataba elefantes
Andanzas padre Iñaki Iñaki Indart Indice Fosa Gaztelu Un hombre que mataba elefantes