lunes, 24 de agosto de 2015

Sobre la relación del General Rodriguez Galindo con asuntos de drogas y contrabando

Guardia Civil detenido                  Iñaki Indart                Indice Fosa Gaztelu                  Guardias Civiles y droga

Sobre la relación del general Rodriguez Galindo y guardias civiles de Intxaurrondo, con asuntos de tráfico de drogas y contrabando:

Sobre lo publicado con respecto a esta Sima y sus "alrededores", tiene una presencia continuada, la que mas alguna cierta editorial, que ya a finales de los 70 del siglo XX y hasta la actualidad han publicado. La que mas sobre la Sima de Gaztelu y estos temas.

Publicado ya en 1998, escrito por Pepe Rei, uno de los principales investigadores contra el "Sistema", y Edurne San Martín, constan las relaciones de Ignacio Indart con el Tenebroso y Terrible cuartel de Intxaurrondo y la Guardia Civil.


Sin embargo, el personaje central por excelencia del Informe Navajas era con mucha diferencia Enrique Rodríguez Galindo, el amo todopoderoso del acuartelamiento de Intxaurrondo. El hoy general de la Guardia Civil es un tipo bajito y pendenciero, imbuido del espíritu castrense más montaraz y, sobre todo, un ultranacionalista español que la gozaba transmitiendo su odio y sus malas artes a la población vasca. Intxaurrondo terminó convirtiéndose en una pesadilla y su nombre daba pavor con tan sólo mentarlo. Galindo se había encargado además de alimentar la leyenda de las torturas y las violaciones sistemáticas de los derechos humanos de la única manera posible; todavía con más represión. Han sido cantidad los oficiales y números del acuartelamiento que terminaron sentando sus posaderas en el banquillo de los acusados bajo que uno imaginarse puede. El relato de los testigos durante la vista oral era un puro escalofrío que recorría de arriba abajo la médula dorsal de todos los allí presentes. Había sin embargo, quienes eran insensibles a estas  la mayoría de los jueces y los propios guardias. Incluso Galindo solía hacer acto de presencia más de una vez en la sala de vistas, no se sabe a ciencia cierta si para provocar o para la solidaridad con sus subordinados. Está claro que el general Galindo hizo méritos más que sobrados durante su estancia en Euskal Herria para ser una de las personas más odiadas por este pueblo. Claro que, por otra parte, gran número de españoles le habían convertido en su ídolo, en el hombre capaz de mantener a sangre y fuego las esencias hispanas en una tierra, pese a todo, indómita.

Por eso cuando su nombre apareció mezclado en las diligencias Navajas nadie en Euskal Herria tuvo la menor duda moral de que ese matarife sanguinario era capaz de estar involucrado en operaciones tan repugnantes como las del narcotráfico con tal de hacer daño al pueblo vasco. «Galindo camello» y «Galindo traficante» fueron dos de las muchas pintadas que, con el nombre del general siempre por delante, denunciaron la involucración de lntxaurrondo en este tipo de guerra sucia. Porque las muertes producidas desde los batallones mercenarios del GAL o del BVE son contabilizables y no alcanzan, en el peor de los supuestos, el centenar de personas. Pero nadie sabrá jamás cuantificar los cientos y cientos de jóvenes que han perdido su vida en tierras vascas a causa del narcotráfico auspiciado desde instancias oficiales.

El guardia civil Galindo reaccionó como una hiena herida cuando tuvo constancia de que su nombre aparecía en aquel dossier judicial. No sólo pidió la destitución fulminante de Navajas a sus amigos, los hermanos Múgica Herzog, sino que se revolvió contra todos aquellos que sacaron su nombre a relucir mezclado con la droga. Nosotros fuimos unos de ellos. Primero nos interpuso una demanda en un juzgado de Bilbo y después otra en uno de Donostia. En la de Bilbo una ¡juez falló inicialmente contra nosotros, pero la sentencia fue plenamente rectificada por la Audiencia Provincial de Bizkaia. En la capital guipuzcoana fue el propio juzgado de Instrucción el que le quitó, ya de entrada, la razón al general.

Nuestras tesis informativas venían avaladas por los hechos y por el conocimiento interno que las más diversas fuentes nos habían proporcionado sobre Intxaurrondo. Incluyendo agentes del SUGC (Sindicato Unificado de la Guardia Civil) hasta contrabandistas  y traficantes, teníamos suficientes testimonios para saber lo que sucedía dentro de aquellos muros. Incluso gente de los aledaños del acuartelamiento que teóricamente confraternizaba a diario con los guardias, nos mantenían puntualmente informados de los acontecimientos diarios que se producían en aquella ciudad fantasmagórica del terror y la muerte. Pues bien, nuestros datos nos permitían afirmar sin ningún género de dudas que Galindo, un ser avaricioso donde los hubiere, no solía repartir entre sus hombres las gratificaciones extraordinarias que recibía por la desarticulación de comandos de ETA, ni tampoco Ies hacía partícipes de los multimillonarios fondos de la guerra sucia que manejaba a su antojo y sin apenas control.

Pero Galindo, que era un peligroso demagogo populista, quería fomentar la especie de su solidaridad para con sus hombres. Los presentaba como seres abnegados, dispuestos al sacrificio y a dejar la «sangre de España» en sus enfrentamientos con los «terroristas». Su gesto grave y patético era, siempre en primer plano, una constante en los funerales oficiales retransmitidos urbi et orbi por los medios audiovisuales. Por eso Galindo dejaba oír allá donde fuese necesario que sus hombres se merecían siempre lo mejor. Pero su avaricia y sus deseos tenían una difícil conjugación, así que lo ideal era dejara sus chicos que se ganasen la vida y sacasen cuatro duros como mejor pudiesen. Incluso si para ello era preciso desviar la vista hacia otro lado.

Porque aquellos esforzados centuriones de Intxaurrondo eran cualquier cosa menos unas personas honorables o unos militares dignos de ejemplo. Por ejemplo, Kike Dorado Villalobos y Felipe Bayo Leal, dos de los más paradigmáticos legionarios de Galindo, constituían la peor muestra de lo que puede llegar a ser un agente te del orden público totalmente y fuera de control. Salvajes, virulentos, sanguinarios y con un desequilibrio mental importante, Dorado y Bayo hicieron perrerías a los desgraciados ciudadanos vascos que cayeron en sus manos. Lasa, Zabala y Zabalza fueron los que peor librados terminaron de las sesiones de tortura de aquellos desalmados. Kike y Bayo manejaban millones de pesetas a espuertas, aunque todo el dinero que recibían de los narcotraficantes les era poco para metérselo por las narices en forma de cocaína. Sus orgías, especialmente las de Dorado en las noches donostiarras, daban para muchos capítulos de la crónica rosa con evidentes tintes negros y macabros. Enrique Dorado Villalobos era tan mala bestia que en un cuerpo absolutamente machista como la Guardia Civil había conseguido que ninguno de sus colegas osara mentar su condición de homosexual. Pues aun así, él mismo reconocía a los más allegados que era un verdadero ángel allado de su camarada Felipe Bayo, un tipo expulsado del Cesid y que se orinaba por los pantalones de placer en sus tétricas sesiones de tortura. Amigos comunes de ambos llegaron a admitir que Dorado, que doblaba en contextura física a Bayo, sentía pánico de sus reacciones.

Los gladiadores de Galindo tenían las alubias algo más que aseguradas. No era ya tan sólo que su estancia en el cuartel de Donostia les supusiera un sobresueldo considerable, sino que la mayor parte de la elite de los grupos que luchaban contra ETA estaban a sueldo de los capos de la droga. Kike Dorado y Felipe Bayo, así como el resto de sus compañeros AT, poseían argumentos más que poderosos para convencer a sus patronos narcos. Ellos les garantizaban la absoluta impunidad a la hora de introducir su mercancía en territorio vasco y, desde ahí, como centro de distribución, repartirla por Europa y el Estado español. Su tesis era tan sencilla como irrefutable: «Nosotros somos intocables. Poseemos tal cantidad de información comprometedora, capaz de poner al Estado de rodillas, que nadie se va a atrever contra nosotros». Y eso era rigurosamente cierto. Los narcocontrabandistas les soltaban millones a espuertas ante la demostración palpable de que los asertos de los guardias eran verdad al cien por cien. Y así Kike y el resto de sus colegas fueron acumulando patrimonios multimillonarios impropios de unos salarios generosos, pero más que insuficientes para hacerse con fortunas considerables. El propio Dorado tenía puestas a su nombre un total de cinco viviendas cuando se iniciaron las investigaciones del caso Lasa-Zabala. Otros habían sacado su dinero del Estado español y lo habían guardado en los discretos bancos suizos y algunos más habían diversificado sus inversiones en negocios tan dispares como rebaños de ovejas o antros de prostitución. Pero nada de esto  fue investigado nunca por el juez Andreu ni el fiscal Navajas. Sin embargo, los primeros datos que pusieron sobre la pista de Intxaurrondo a los jueces que investigaban la guerra sucia procedían de contrabandistas y traficantes que habían tenido en nómina a los AT de Galindo.

Galindo, que no está ni mucho menos investigado en profundidad tanto en sus conexiones con la guerra sucia como en su patrimonio, inicialmente pensó que la mejor defensa era un buen ataque. Y por eso se lanzó a una ofensiva a través de los poderes fácticos que le eran tan conocidos para tratar de parar el golpe. Pero la otra mafia oficial de narco picolos también tenía sus propios recursos y no tardó en filtrar a los medios de comunicación el dossier sobre Intxaurrondo que habían ido guardando en los cajones los fiscales generales del Estado. El general cambió entonces de actitud y adoptó una pose victimista. Fue en esos momentos cuando convocó a sus oficiales en unas dependencias del cuartel y les arengó a fusilarle si se demostraba su vinculación con el narcotráfico. Pero, elemento orgulloso donde los haya, el general empezó a pasar cuentas. Primero fue el caso de la UCIFA, después se deshizo de su segundo, Máximo Blanco, y su listado hubiera sido interminable si no aparece por medio una rara avis judicial como Javier Gómez de Liaño, que dio con sus huesos en la cárcel.

Decíamos que Galindo está pésimamente investigado y el tema del narcotráfico es el mejor exponente de ello. Hay cientos de testimonios que apuntan hacia Intxaurrondo como el mayor cártel de drogas de Euskal Herria y, por extensión, del Estado español y de Europa. ¿Por qué se desechó esta vía? ¿Por qué las diligencias 491/91 llevan adormecidas desde el año que refleja el último guarismo? En un Estado tan desideologizado, o lo que es lo mismo, tan reaccionario como lo es el español, la actividad de los mercenarios del GAL no está en absoluto mal vista. Más aún, se justifica en muchas ocasiones, cuando no se aplaude directamente. Sin embargo, el tema del narcotráfico es una historia más peliaguda y son pocas las familias en Euskal Herria y en el Estado español que, directa o indirectamente, no conozcan algún caso en que parientes o amigos hayan sido víctimas de esa lacra. El narcotráfico tiene mala prensa y por ahí el héroe Galindo se iba a caer del pedestal.

Por eso, Galindo y los suyos fueron a saco cuando el Equipo de investigación de Egin entró en el tema. Con unos medios algo más que limitados fuimos descubriendo una tras otra las inversiones que el general hacía en bolsa o en seguros de prima única, una forma muy segura de darle opacidad al dinero negro que le llegaba a espuertas desde la procedencia más diversa. También descubrimos sus propiedades imposibles de adquirir con el sueldo de un alto oficial de la Guardia Civil, por mucho que estuviese en zona de guerra. Su mujer, la malencarada María Fernanda Alvarez de Sotomayor, entró hecha un basilisco en las dependencias del BBV en la avenida de la Libertad de Donostia, cuando en Egin publicaron los extractos de su cuenta bancaria, en donde se comprobaba fácilmente que allí había ingresos que no procedían de su salario como guardia civil. Tal fue el escándalo que incluso los todopoderosos banqueros del Bilbao Vizcaya, un poder fáctico donde los haya, se pusieron firmes ante el tricornio cónyuge. Los directivos del BBV contrataron detectives privados que, dotados de la última tecnología, se dedicaron a husmear huellas y pistas en los archivos de su oficina central en Donostia a la búsqueda desesperada e infructuosa de las fuentes de Egin. Aquello fue un auténtico circo, aunque alguna de nuestras fuentes no gozó de sus días más relajados.

Los datos se los pasamos a los jueces y a Navajas que, tras hacerse cruces inicialmente con aquel material incendiario, terminaron limpiándose el trasero con la documentación. No corrió mejor suerte una copia que le entregamos a Joseba Azkarraga, quien la blandió amenazante durante una comparecencia parlamentaria en la comisión de Interior del Congreso español. Allá al fondo, subido en una tarima, le miraba con indisimulada cara de odio el entonces Fiscal General del Estado, Leopoldo Torres, contra quien iban dirigidas las invectivas del diputado de Eusko Alkartasuna. Azkarraga le entregó en mano a Torres el dossier y. para su sorpresa, tuvo respuesta a los pocos días por parte del jefe de los fiscales. La misiva era para alucinar no sólo no iba a investigar a Galindo, sino que sus pesquisas se dirigían contra el propio Azkarraga y la o las personas que le habían facilitado la documentación a fin de determinar cuál era su procedencia y los mecanismos utilizados para conseguirla. Significativamente. Leopoldo Torres es en la actualidad el abogado defensor del juez Carlos Bueren en la querella que Iñigo Iruin tiene interpuesta contra el ex titular del juzgado de Instrucción Central número 1 por las escuchas ilegales que le realizó a lo largo de casi dos años.

Pero España es un puro desmadre cuartelero. La mejor muestra la proporcionó el diario ABC, el lameculos favorito del general Galindo. El diario, entonces dirigido por relamido Luis María Ansón, convocó un homenaje de desagravio en las propias instalaciones de la caverna, aquella con forma de redacción de periódico. Allí se congregaron todos los gran-des de España, amén de unos cuantos golpistas y Sus imprescindibles señoras. El acto social fue llevado a primera página del diario que, junto a una foto gigante con la vera efigie del general, titulaba orgullosa y significativamente: Sangre de España.

María Fernanda Álvarez de Sotomayor fue aquella noche, después de su marido, la estrella invitada del acontecimiento. Era una mujer de armas tomar que, con su eximio consorte dedicado a la tarea de repartir mandobles entre la población vasca, se encargó fundamentalmente de sacar adelante a su vasta prole. Y eso que no lo tuvo nada fácil. Nos lo comentó en una ocasión uno de los guardias del SU GC que se acercó hasta la redacción de Egin en el Polígono Eziago: «El jefe tiene algún hijo que no es precisamente muy normal», nos explicó inicialmente. Ésa fue la introducción que posteriormente nos permitió conocer que un hijo del general, con las facultades mentales ligeramente mermadas, desempeñaba un puesto burocrático en las oficinas de Intxaurrondo.

María Fernanda era copropietaria con su marido de la mayor parte de los bienes, algunos de los cuales fueron puestos inmediatamente a la venta cuando Egin publicó los datos y las fotografías de las viviendas. Posteriores declaraciones judiciales permitieron establecer que dinero de los fondos reservados fue destinado a encubrir alguna de las transacciones inmobiliarias efectuadas por el general tras los artículos de Egin. Pero la señora de Galindo velaba por el patrimonio familiar y era frecuente verla por el barrio donostiarra de Larratxo, en donde tenía la sede el grupo de seguridad Seymor. El jefe de la empresa era Txomin Segura, un ciudadano que entre los vecinos pasaba por simpatizar con Herri Batasuna.  Incluso el mismo se nos acercó de motu propio para pasarnos información sobre las adjudicaciones y maniobras subterráneas llevadas a cabo por una empresa de la competencia, Alse, controlada por los fontaneros del PNV. Pero cuando descubrimos que no solo recibía trato de favor del cuartel de Intxaurrondo, sino que la persona que llevaba la contabilidad de la sociedad era Lucía Medel de Zamora, esposa del comandante Tugores, el tercero en el escalafón de Intxaurrondo, Segura se quitó de en medio e incluso trasladó el domicilio de su empresa a tierras lejanas de Euskal Herria.


Un elemento sumamente peculiar, que emergió como una aparición fantasmagórica en medio de todo el mare magnum que suponía Intxaurrondo y su entorno, fue Ignacio Indart. Su nombre aparecía en las diligencias abiertas por Andreu y los informes de los guardias civiles le relacionaban estrechamente con Santamaría.



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