Sobre la relación del general Rodriguez Galindo y guardias civiles de Intxaurrondo, con asuntos de tráfico de drogas y contrabando:
Sobre lo publicado con respecto a esta Sima y sus "alrededores", tiene una presencia continuada, la que mas alguna cierta editorial, que ya a finales de los 70 del siglo XX y hasta la actualidad han publicado. La que mas sobre la Sima de Gaztelu y estos temas.
Publicado ya en 1998, escrito por Pepe Rei, uno de los principales investigadores contra el "Sistema", y Edurne San Martín, constan las relaciones de Ignacio Indart con el Tenebroso y Terrible cuartel de Intxaurrondo y la Guardia Civil.
Sin
embargo, el personaje central por excelencia del Informe Navajas era con mucha
diferencia Enrique Rodríguez Galindo, el amo todopoderoso del acuartelamiento
de Intxaurrondo. El hoy general de la Guardia Civil es un tipo bajito y
pendenciero, imbuido del espíritu castrense más montaraz y, sobre todo, un
ultranacionalista español que la gozaba transmitiendo su odio y sus malas artes
a la población vasca. Intxaurrondo terminó convirtiéndose en una pesadilla y su
nombre daba pavor con tan sólo mentarlo. Galindo se había encargado además de
alimentar la leyenda de las torturas y las violaciones sistemáticas de los
derechos humanos de la única manera posible; todavía con más represión. Han
sido cantidad los oficiales y números del acuartelamiento que terminaron
sentando sus posaderas en el banquillo de los acusados bajo que uno imaginarse
puede. El relato de los testigos durante la vista oral era un puro escalofrío
que recorría de arriba abajo la médula dorsal de todos los allí presentes.
Había sin embargo, quienes eran insensibles a estas la mayoría de los jueces y los propios
guardias. Incluso Galindo solía hacer acto de presencia más de una vez en la
sala de vistas, no se sabe a ciencia cierta si para provocar o para la
solidaridad con sus subordinados. Está claro que el general Galindo hizo
méritos más que sobrados durante su estancia en Euskal Herria para ser una de
las personas más odiadas por este pueblo. Claro que, por otra parte, gran
número de españoles le habían convertido en su ídolo, en el hombre capaz de
mantener a sangre y fuego las esencias hispanas en una tierra, pese a todo,
indómita.
Por
eso cuando su nombre apareció mezclado en las diligencias Navajas nadie en
Euskal Herria tuvo la menor duda moral de que ese matarife sanguinario era
capaz de estar involucrado en operaciones tan repugnantes como las del
narcotráfico con tal de hacer daño al pueblo vasco. «Galindo camello» y
«Galindo traficante» fueron dos de las muchas pintadas que, con el nombre del
general siempre por delante, denunciaron la involucración de lntxaurrondo en
este tipo de guerra sucia. Porque las muertes producidas desde los batallones
mercenarios del GAL o del BVE son contabilizables y no alcanzan, en el peor de
los supuestos, el centenar de personas. Pero nadie sabrá jamás cuantificar los
cientos y cientos de jóvenes que han perdido su vida en tierras vascas a causa
del narcotráfico auspiciado desde instancias oficiales.
El
guardia civil Galindo reaccionó como una hiena herida cuando tuvo constancia de
que su nombre aparecía en aquel dossier judicial. No sólo pidió la destitución
fulminante de Navajas a sus amigos, los hermanos Múgica Herzog, sino que se
revolvió contra todos aquellos que sacaron su nombre a relucir mezclado con la
droga. Nosotros fuimos unos de ellos. Primero nos interpuso una demanda en un
juzgado de Bilbo y después otra en uno de Donostia. En la de Bilbo una ¡juez
falló inicialmente contra nosotros, pero la sentencia fue plenamente
rectificada por la Audiencia Provincial de Bizkaia. En la capital guipuzcoana
fue el propio juzgado de Instrucción el que le quitó, ya de entrada, la razón
al general.
Nuestras
tesis informativas venían avaladas por los hechos y por el conocimiento interno
que las más diversas fuentes nos habían proporcionado sobre Intxaurrondo. Incluyendo
agentes del SUGC (Sindicato Unificado de la Guardia Civil) hasta contrabandistas
y traficantes, teníamos suficientes
testimonios para saber lo que sucedía dentro de aquellos muros. Incluso gente
de los aledaños del acuartelamiento que teóricamente confraternizaba a diario
con los guardias, nos mantenían puntualmente informados de los acontecimientos
diarios que se producían en aquella ciudad fantasmagórica del terror y la
muerte. Pues bien, nuestros datos nos permitían afirmar sin ningún género de
dudas que Galindo, un ser avaricioso donde los hubiere, no solía repartir entre
sus hombres las gratificaciones extraordinarias que recibía por la
desarticulación de comandos de ETA, ni tampoco Ies hacía partícipes de los
multimillonarios fondos de la guerra sucia que manejaba a su antojo y sin
apenas control.
Pero
Galindo, que era un peligroso demagogo populista, quería fomentar la especie de
su solidaridad para con sus hombres. Los presentaba como seres abnegados,
dispuestos al sacrificio y a dejar la «sangre de España» en sus enfrentamientos
con los «terroristas». Su gesto grave y patético era, siempre en primer plano,
una constante en los funerales oficiales retransmitidos urbi et orbi por los
medios audiovisuales. Por eso Galindo dejaba oír allá donde fuese necesario que
sus hombres se merecían siempre lo mejor. Pero su avaricia y sus deseos tenían
una difícil conjugación, así que lo ideal era dejara sus chicos que se ganasen
la vida y sacasen cuatro duros como mejor pudiesen. Incluso si para ello era
preciso desviar la vista hacia otro lado.
Porque
aquellos esforzados centuriones de Intxaurrondo eran cualquier cosa menos unas
personas honorables o unos militares dignos de ejemplo. Por ejemplo, Kike
Dorado Villalobos y Felipe Bayo Leal, dos de los más paradigmáticos legionarios
de Galindo, constituían la peor muestra de lo que puede llegar a ser un agente
te del orden público totalmente y fuera de control. Salvajes, virulentos,
sanguinarios y con un desequilibrio mental importante, Dorado y Bayo hicieron
perrerías a los desgraciados ciudadanos vascos que cayeron en sus manos. Lasa,
Zabala y Zabalza fueron los que peor librados terminaron de las sesiones de
tortura de aquellos desalmados. Kike y Bayo manejaban millones de pesetas a
espuertas, aunque todo el dinero que recibían de los narcotraficantes les era
poco para metérselo por las narices en forma de cocaína. Sus orgías, especialmente
las de Dorado en las noches donostiarras, daban para muchos capítulos de la
crónica rosa con evidentes tintes negros y macabros. Enrique Dorado Villalobos
era tan mala bestia que en un cuerpo absolutamente machista como la Guardia Civil
había conseguido que ninguno de sus colegas osara mentar su condición de
homosexual. Pues aun así, él mismo reconocía a los más allegados que era un
verdadero ángel allado de su camarada Felipe Bayo, un tipo expulsado del Cesid y
que se orinaba por los pantalones de placer en sus tétricas sesiones de
tortura. Amigos comunes de ambos llegaron a admitir que Dorado, que doblaba en
contextura física a Bayo, sentía pánico de sus reacciones.
Los
gladiadores de Galindo tenían las alubias algo más que aseguradas. No era ya
tan sólo que su estancia en el cuartel de Donostia les supusiera un sobresueldo
considerable, sino que la mayor parte de la elite de los grupos que luchaban
contra ETA estaban a sueldo de los capos de la droga. Kike Dorado y Felipe
Bayo, así como el resto de sus compañeros AT, poseían argumentos más que
poderosos para convencer a sus patronos narcos. Ellos les garantizaban la
absoluta impunidad a la hora de introducir su mercancía en territorio vasco y,
desde ahí, como centro de distribución, repartirla por Europa y el Estado
español. Su tesis era tan sencilla como irrefutable: «Nosotros somos
intocables. Poseemos tal cantidad de información comprometedora, capaz de poner
al Estado de rodillas, que nadie se va a atrever contra nosotros». Y eso era
rigurosamente cierto. Los narcocontrabandistas les soltaban millones a
espuertas ante la demostración palpable de que los asertos de los guardias eran
verdad al cien por cien. Y así Kike y el resto de sus colegas fueron acumulando
patrimonios multimillonarios impropios de unos salarios generosos, pero más que
insuficientes para hacerse con fortunas considerables. El propio Dorado tenía
puestas a su nombre un total de cinco viviendas cuando se iniciaron las
investigaciones del caso Lasa-Zabala. Otros habían sacado su dinero del Estado
español y lo habían guardado en los discretos bancos suizos y algunos más
habían diversificado sus inversiones en negocios tan dispares como rebaños de
ovejas o antros de prostitución. Pero nada de esto fue investigado nunca por el juez Andreu ni
el fiscal Navajas. Sin embargo, los primeros datos que pusieron sobre la pista
de Intxaurrondo a los jueces que investigaban la guerra sucia procedían de
contrabandistas y traficantes que habían tenido en nómina a los AT de Galindo.
Galindo,
que no está ni mucho menos investigado en profundidad tanto en sus conexiones
con la guerra sucia como en su patrimonio, inicialmente pensó que la mejor
defensa era un buen ataque. Y por eso se lanzó a una ofensiva a través de los
poderes fácticos que le eran tan conocidos para tratar de parar el golpe. Pero
la otra mafia oficial de narco picolos también tenía sus propios recursos y no
tardó en filtrar a los medios de comunicación el dossier sobre Intxaurrondo que
habían ido guardando en los cajones los fiscales generales del Estado. El
general cambió entonces de actitud y adoptó una pose victimista. Fue en esos
momentos cuando convocó a sus oficiales en unas dependencias del cuartel y les
arengó a fusilarle si se demostraba su vinculación con el narcotráfico. Pero,
elemento orgulloso donde los haya, el general empezó a pasar cuentas. Primero
fue el caso de la UCIFA, después se deshizo de su segundo, Máximo Blanco, y su
listado hubiera sido interminable si no aparece por medio una rara avis judicial
como Javier Gómez de Liaño, que dio con sus huesos en la cárcel.
Decíamos
que Galindo está pésimamente investigado y el tema del narcotráfico es el mejor
exponente de ello. Hay cientos de testimonios que apuntan hacia Intxaurrondo
como el mayor cártel de drogas de Euskal Herria y, por extensión, del Estado
español y de Europa. ¿Por qué se desechó esta vía? ¿Por qué las diligencias 491/91
llevan adormecidas desde el año que refleja el último guarismo? En un Estado
tan desideologizado, o lo que es lo mismo, tan reaccionario como lo es el
español, la actividad de los mercenarios del GAL no está en absoluto mal vista.
Más aún, se justifica en muchas ocasiones, cuando no se aplaude directamente.
Sin embargo, el tema del narcotráfico es una historia más peliaguda y son pocas
las familias en Euskal Herria y en el Estado español que, directa o
indirectamente, no conozcan algún caso en que parientes o amigos hayan sido víctimas
de esa lacra. El narcotráfico tiene mala prensa y por ahí el héroe Galindo se
iba a caer del pedestal.
Por
eso, Galindo y los suyos fueron a saco cuando el Equipo de investigación de Egin
entró en el tema. Con unos medios algo más que limitados fuimos descubriendo una
tras otra las inversiones que el general hacía en bolsa o en seguros de prima
única, una forma muy segura de darle opacidad al dinero negro que le llegaba a
espuertas desde la procedencia más diversa. También descubrimos sus propiedades
imposibles de adquirir con el sueldo de un alto oficial de la Guardia Civil,
por mucho que estuviese en zona de guerra. Su mujer, la malencarada María
Fernanda Alvarez de Sotomayor, entró hecha un basilisco en las dependencias del
BBV en la avenida de la Libertad de Donostia, cuando en Egin publicaron los
extractos de su cuenta bancaria, en donde se comprobaba fácilmente que allí
había ingresos que no procedían de su salario como guardia civil. Tal fue el escándalo
que incluso los todopoderosos banqueros del Bilbao Vizcaya, un poder fáctico
donde los haya, se pusieron firmes ante el tricornio cónyuge. Los directivos
del BBV contrataron detectives privados que, dotados de la última tecnología,
se dedicaron a husmear huellas y pistas en los archivos de su oficina central
en Donostia a la búsqueda desesperada e infructuosa de las fuentes de Egin.
Aquello fue un auténtico circo, aunque alguna de nuestras fuentes no gozó de
sus días más relajados.
Los
datos se los pasamos a los jueces y a Navajas que, tras hacerse cruces
inicialmente con aquel material incendiario, terminaron limpiándose el trasero
con la documentación. No corrió mejor suerte una copia que le entregamos a Joseba
Azkarraga, quien la blandió amenazante durante una comparecencia parlamentaria
en la comisión de Interior del Congreso español. Allá al fondo, subido en una
tarima, le miraba con indisimulada cara de odio el entonces Fiscal General del
Estado, Leopoldo Torres, contra quien iban dirigidas las invectivas del
diputado de Eusko Alkartasuna. Azkarraga le entregó en mano a Torres el dossier
y. para su sorpresa, tuvo respuesta a los pocos días por parte del jefe de los
fiscales. La misiva era para alucinar no sólo no iba a investigar a Galindo,
sino que sus pesquisas se dirigían contra el propio Azkarraga y la o las
personas que le habían facilitado la documentación a fin de determinar cuál era
su procedencia y los mecanismos utilizados para conseguirla. Significativamente.
Leopoldo Torres es en la actualidad el abogado defensor del juez Carlos Bueren
en la querella que Iñigo Iruin tiene interpuesta contra el ex titular del
juzgado de Instrucción Central número 1 por las escuchas ilegales que le realizó
a lo largo de casi dos años.
Pero
España es un puro desmadre cuartelero. La mejor muestra la proporcionó el
diario ABC, el lameculos favorito del general Galindo. El diario, entonces
dirigido por relamido Luis María Ansón, convocó un homenaje de desagravio en
las propias instalaciones de la caverna, aquella con forma de redacción de
periódico. Allí se congregaron todos los gran-des de España, amén de unos
cuantos golpistas y Sus imprescindibles señoras. El acto social fue llevado a
primera página del diario que, junto a una foto gigante con la vera efigie del
general, titulaba orgullosa y significativamente: Sangre de España.
María
Fernanda Álvarez de Sotomayor fue aquella noche, después de su marido, la
estrella invitada del acontecimiento. Era una mujer de armas tomar que, con su
eximio consorte dedicado a la tarea de repartir mandobles entre la población
vasca, se encargó fundamentalmente de sacar adelante a su vasta prole. Y eso
que no lo tuvo nada fácil. Nos lo comentó en una ocasión uno de los guardias
del SU GC que se acercó hasta la redacción de Egin en el Polígono Eziago: «El
jefe tiene algún hijo que no es precisamente muy normal», nos explicó
inicialmente. Ésa fue la introducción que posteriormente nos permitió conocer
que un hijo del general, con las facultades mentales ligeramente mermadas, desempeñaba
un puesto burocrático en las oficinas de Intxaurrondo.
María
Fernanda era copropietaria con su marido de la mayor parte de los bienes,
algunos de los cuales fueron puestos inmediatamente a la venta cuando Egin publicó
los datos y las fotografías de las viviendas. Posteriores declaraciones
judiciales permitieron establecer que dinero de los fondos reservados fue
destinado a encubrir alguna de las transacciones inmobiliarias efectuadas por
el general tras los artículos de Egin. Pero la señora de Galindo velaba por el
patrimonio familiar y era frecuente verla por el barrio donostiarra de Larratxo,
en donde tenía la sede el grupo de seguridad Seymor. El jefe de la empresa era
Txomin Segura, un ciudadano que entre los vecinos pasaba por simpatizar con
Herri Batasuna. Incluso el mismo se nos
acercó de motu propio para pasarnos información sobre las adjudicaciones y
maniobras subterráneas llevadas a cabo por una empresa de la competencia, Alse,
controlada por los fontaneros del PNV. Pero cuando descubrimos que no solo
recibía trato de favor del cuartel de Intxaurrondo, sino que la persona que
llevaba la contabilidad de la sociedad era Lucía Medel de Zamora, esposa del
comandante Tugores, el tercero en el escalafón de Intxaurrondo, Segura se quitó
de en medio e incluso trasladó el domicilio de su empresa a tierras lejanas de
Euskal Herria.
Un
elemento sumamente peculiar, que emergió como una aparición fantasmagórica en
medio de todo el mare magnum que suponía Intxaurrondo y su entorno, fue Ignacio
Indart. Su nombre aparecía en las diligencias abiertas por Andreu y los
informes de los guardias civiles le relacionaban estrechamente con Santamaría.