domingo, 7 de abril de 2024

Juana Josefa creía en los dioses antiguos de los vascos

 

El Crimen de Gaztelu                          Indice                          La Sima de Gaztelu

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Esparza: «La madre de los Sagardia creía en los dioses antiguos de los vascos»

El autor del libro sobre la historia de la madre y sus seis hijos arrojados a una sima de Legarrea relata que la familia era tratada de indeseable en Gaztelu 

José Mari Esparza ha investigado durante treinta años el caso de la desaparición de la familia Sagardia-Goñi.

No fueron los huesos de miembros de la familia Sagardia-Goñi lo único que la semana pasada rescató un equipo de Aranzadi. También recobró un viejo enigma que desde 1936 ha impregnado el espíritu de Gaztelu (Donamaria). En agosto de aquel año, una madre embarazada de siete meses y seis de sus hijos -de año y medio la menor, y de dieciséis años el mayor- fueron arrojados a la sima de Legarrea, pero nada se supo sobre las circunstancias de la desaparición. El caso cautivó al historiador y escritor José Mari Esparza (Tafalla, 1951), cuya larga investigación -desde 1986- dio origen el año pasado al libro 'La sima, ¿qué fue de la familia Sagardia?'. Ahora que el oscuro suceso emerge con la recuperación de los huesos de cuatro de los familiares, acudimos a él en busca de algo de luz.

¿Por qué empezó a investigar el caso de esta familia?

En 1986 desde Altaffaylla Kultur taldea publicamos el libro 'Navarra 1936. De la esperanza al terror', repasando lo que había ocurrido aquel año en la comunidad. El historiador Jimeno Jurío nos pasó materiales y montamos equipos en todos los pueblos para conocer historias, además de sacar información de los archivos. 

¿Y qué tiene que ver eso?

 En aquella publicación solo había una página de Gaztelu. Decía que se había tirado a una mujer a una sima con sus siete hijos. Había, por tanto, un error. No encontramos más colaboración para completar y era el crimen más terrible de Euskal Herria, por mucho que hubiera 3.500 fusilados en Navarra, y no teníamos más datos. Pero se recogía un detalle muy significativo. Se decía que se había abierto un sumario.

¿Por qué significativo?

Porque Navarra estaba llena de familias buscando a sus seres queridos y la única respuesta que recibían era: «ha desaparecido». Y, en cambio, en este caso había un sumario. No había criterios represivos que explicaran aquella historia.

¿Qué contenía el sumario?

Ahí está el problema. El sumario nunca apareció hasta 23 años más tarde. Nos pasamos dos décadas preguntando en Malerreka, Donamaria, Sunbilla, Doneztebe y alrededores, y era un tema tabú. Pregunté en el archivo del Juzgado de Pamplona si figuraba el sumario y su responsable Iñaki Montoya estuvo buscando hasta la saciedad sin hallar nada, hasta que un día encontró un epígrafe que ponía 'Incendio y coacciones', referente a Gaztelu.

¿Y?

Recogía toda la secuencia de los hechos, más declaraciones de vecinos, cartas del padre de la familia... todo un expediente judicial que dura diez años. El juez decretó el cierre tres veces y los abogados defensores lograron reabrirlo otras tantas veces. Todos saben que el que estaba detrás era el General Sagardia, de la División Azul y jefe de la primera Policía del Estado franquista en Navarra. Tenía parentesco con la familia y por eso se interesó. Porque todo este proceso está salpicado de gente que va faltando. De los implicados, hay dos o tres que se suicidan y otros mueren prematuramente.

¿A qué se refiere con 'implicados'?

Hubo once detenidos por el caso de once casas del pueblo. Pero lo que destaca en el expediente son declaraciones de vecinos, del cura y de la Guardia Civil tratando de indeseable a esta familia. Nadie reivindicaba a esta mujer y sus hijos. Al ver esto, decidí dejar el caso y olvidarme. Estuve años sin hacer nada.

¿Por qué volvió?

Porque me impactó el hallazgo en 2014 de ese chico, Iñaki Indart, en el fondo de la sima de Legarrea, que para que se haga una idea mide como un edificio de quince pisos. Su desaparición nada tuvo que ver con la Guerra Civil. Fue en 2008. Me di cuenta de que aquel era un lugar maligno. Todo el pueblo se alteró de nuevo. Volvió el fantasma de la sima.

¿Qué hizo entonces?

Indagando en el registro civil de San Sebastián, donde se portaron de maravilla, logré una dirección de Donostia donde sabía que podían vivir las primas carnales de aquellos menores desaparecidos.

Y fue y tocó el timbre...

Eso hice. Me salió una mujer al telefonillo del portal diciendo, «¡no quiero vendedores!». Yo le respondí: «Que vengo a hablar. ¿Su familia vive en Donamaria?». De repente, me preguntó: «¿Qué vienes, a hablar de mi tía?». Tuve la sensación de que la señora llevaba 80 años esperando que alguien le preguntara por aquello.

Antes de perderme. ¿Quién era la señora?

La hija de Petra, hermana de Juana Josefa, la madre arrojada a la sima. Petra también tuvo seis hijos. Me atendieron tres. Vivían en Donamaria y cuando pasó lo de sus primos y su tía en Legarrea vinieron desterrados a Donostia.

¿Qué le contaron?

Su versión de la historia. Que su madre, traumatizada por lo que le había pasado a su hermana y sus sobrinos, toda la vida les había estado hablando de la historia. En casa todos sabían que los habían tirado vivos a la sima.

¿Algún detalle sobre cómo ocurrió el suceso?

Tenían una cierta mala conciencia porque se acordaban de que una de las niñas de los Sagardia-Goñi, Martina, de seis años, estuvo la noche anterior a su desaparición en casa de sus primos pidiendo a su tía que le dejara pasar allí la noche porque no quería volver a la chabola. Pero Petra le dijo que no, porque tenía otros seis niños pequeños y el marido en la cárcel.

¿Qué chabola?

En la que estaban viviendo Juana Josefa y sus hijos por haber sido expulsados del pueblo. Según el sumario del caso, se les acusaba de robar gallinas, patatas y manzanas. Que por eso eran indeseables. Y el marido no cuidaba de ellos porque trabajaba de carbonero en Eugi. El mayor de los siete hijos -el único que no desapareció- también trabajaba de lo mismo en Lekaroz. Total, que los vecinos informaron del tema a la Guardia Civil, y el capitán Gregorio Zubizarreta les dio permiso para hacer lo que quisieran, cosa que él negó luego en el sumario. En definitiva, a la familia le dieron la orden para abandonar Gaztelu. La madre avisó a su marido, pero cuando éste quiso acudir a la ayuda, el alcalde y otro concejal lo detuvieron y lo llevaron a Santesteban. Lo entregaron a la Guardia Civil bajo la acusación de que era espía.

¿Qué pasó con él?

Le soltaron en seis días diciéndole que no volviera al pueblo. Volvió a Eugi y envió a un amigo a entregar dinero a su familia. Éste amigo fue el que le informó de que su mujer e hijos habían desaparecido. Cuando volvió a intentar personarse en el pueblo, le volvieron a detener. Es cuando se va a Pamplona y se alista en el frente Requeté. Al cabo de un año, presentó un escrito a la justicia reclamando qué pasaba con su familia. Ese escrito supuso el inicio de toda la causa 167, donde van apareciendo cosas.

¿Qué cosas?

Declaraciones del cura, de los vecinos, de la Guardia Civil... todos vienen a decir que era una familia que hacía raterías y que les habían expulsado del pueblo, pero que por supuesto nadie les había tirado por ninguna sima. Había un clima de hostilidad hacia la familia. El propio cura, vecino de los Sagardia-Goñi, don Justo Ariztia, responde a la Guardia Civil: «¿Todavía andáis con ese tema? Se habrán ido por ahí». En un pueblo hiper católico, el cura sabía todo con el secreto de la confesión.

¿Qué razones había de fondo?

En el sumario van apareciendo declaraciones comentando que Juana Josefa era una mujer «muy hermosa», «guapa», incluso «de buen ver», cosas que pueden llevar a pensar en temas de lujuria y envidias.

¿La Guerra Civil alimentó la confusión?

Puso un clima sin el cual no hubiera podido suceder aquello. El bando de Mola se puso por todos los sitios, exigiendo la limpieza de todos los indeseables. Ojo, en un pueblo donde todos habían votado a la derecha. En las elecciones de febrero de 1936 no había habido en Gaztelu ni un solo voto al Frente Popular, por lo que malamente se podía acusar a una familia de rojos.

Usted también ha hecho alusión al tema de la brujería...

Sí, aunque en un principio, cuando saqué el libro me agarré a las tesis de la envidia, la lujuria, el contexto de la guerra y la limpieza de indeseables. Incluso apunté que había noche de luna llena aquel 30 de agosto y hay psiquiatras que hablan de un efecto nocivo en algunos comportamientos.

¿Qué cambió a posteriori?

Pues que el día de la presentación del libro, en abril del año pasado, vinieron muchos familiares, no sólo abuelas, sino hijas y nietas que habían conocido a Petra, la hermana de Juana Josefa. Nos fuimos a comer y me empezaron a contar que ya la madre de Juana Josefa estaba mal vista porque no iba nunca a misa y, aunque el cura le llegó a ofrecer dinero para que no diera mal ejemplo, ella no iba porque creía en los dioses antiguos de los vascos. Claro, las abuelas no me lo habían contado porque el tema de las prácticas de herboristería y viejos hechizos era parte de la intimidad de la familia, y no le habían dado importancia.

Pero usted, sí.

Claro. Cuando buscas explicaciones racionales a lo que ocurrió, resulta que te cuentan algo irracional que termina siendo la mejor explicación a la irracionalidad de los hechos.

¿De qué prácticas hablamos?

Pues me contaron que la madre de Juana Josefa y Petra utilizaba un caldero de brasas, cogía una tijera abierta y la cubría con un paño en forma de cruz, la echaba al fuego, le echaba sal y decía una jaculatoria en euskera. Debía de hacerlo para que su marido, que era un poco pícaro, no se fuera con otras mujeres. Y más cosas que me han contado...

Siga, siga...

Pues un bisnieto de Petra me comentó que le había conocido a su bisabuela porque había vivido mucho, según ella, porque le mordió una víbora. Eso es tener creencias de brujería. Además, la hermana de Juana Josefa y Petra murió porque le cayó un rayo. ¿Le puede pasar a cualquiera? O no. En aquella época tan religiosa era un claro signo de castigo divino. Y el bisnieto me comentó incluso que su madre, de vez en cuando, echaba agua por la ventana. ¿Por qué? Porque se le había caído la sal. Y como era mal presagio... para exorcizar...

¿Qué sintió cuando sacaron los restos de cuatro de los niños?

Estuve allí, en la sima, y cuando Paco Etxeberria salió y dijo que pocas veces se había emocionado tanto, nos fundimos en un abrazo.

¿Qué significa el hallazgo?

El primero que bajó allí, en 1946, subió diciendo que no había visto nada, más que troncos y basura. En diez años los vecinos y culpables se encargaron de tapar aquello sabiendo que el proceso estaba abierto. Se cerró en falso un sumario porque avergonzaba al régimen franquista. Le dieron carpetazo y se impuso el silencio que ha habido hasta ahora.

¿Ha vivido emociones fuertes con toda esta historia?

El momento más emocionante que he vivido fue cuando hicimos el primer homenaje y una mujer de Gaztelu me vino y me dijo que quería abrazar a las abuelas sobrinas de Juana Josefa y primas de los niños fallecidos. Fue llorando hacia ellas y les abrazó diciendo, «perdonadnos, perdonadnos». Esa reconciliación entre la familia y el pueblo ha sido lo más bonito. El objetivo del libro era ese, que se superara el silencio porque es el mayor conductor del dolor.

¿Y ahora?

La autopsia aclarará cómo murieron. Habrá epílogo del libro.