Seis niños y una embarazada a 50 metros bajo tierra
La familia Sagardía
pide sacar siete cuerpos arrojados a una sima navarra
Boca de la Sima de Legarrea cerca de Gaztelu
donde supuestamente fueron arrojados varios componentes de la familia Sagardia
en 1936. / LUIS AZANZA (EL
PAÍS)
Gloria Pedroarena abre la puerta de su
habitación en la residencia de ancianos e invita a la periodista a sentarse en
su sillón, al lado de la cama. Tiene un porte regio, pero acusa el cansancio de
la edad. El pelo corto, blanco, bien peinado, y unas gafas de sol de patillas
anchas. Es ella la que ocupara el sillón para contar lo que recuerda de todo
aquello. “Quién me iba a decir a mí que estaría hablando hoy de esa historia”.
Pío Baroja lo llamó el país del Bidasoa
para definir las montañas navarras que estos días de primavera desafían al sol
con un verde fluorescente. Se llama, de verdad, valle de Malerreka y en uno de
sus 13 pueblos ocurrió una de las tragedias más espeluznantes de aquellos días
salvajes que sucedieron al inicio de la Guerra Civil. Juana Josefa Goñi
Sagardía era una mujer de extraordinaria belleza, casada con Pedro Antonio
Sagardía Agesta, con el que tuvo siete hijos. Seis desaparecieron con ella,
embarazada de nuevo. El mayor salvó la vida porque estaba en el monte con el
padre, de carbonero.
En Navarra, el nacimiento no determina
la herencia. Deciden los padres, y los de Juana Josefa dispusieron que fuera
para ella. “La gastaron pronto, puede que fuera una derrochona, pero era una
buena madre”, relata por teléfono su sobrina Nati desde San Sebastián. Tiene 83
años y los achaques propios. Apenas tenía cuatro años cuando aquella oscura
sima se tragó a toda una familia, pero recuerda a sus primos merendando en su
casa pan con chocolate. “Cuando llegaron las vacas flacas los chicos no tenían
qué comer y que si uno robaba una berza, que si otro unas patatas, que si una
gallina. Esa fue la excusa para que los caciques del pueblo los expulsaran de
allí”, relata Nati. Estos días, la familia pide que, en cumplimiento de la Ley
de Memoria Histórica, se sondee la sima y se saquen los restos para enterrarlos
con dignidad, fuera de un agujero inaccesible de 50 metros de profundidad que
se ha convertido en un basurero. Allí abajo hay frigoríficos, maderas, piedras.
Y otro cadáver, más reciente, que apareció en diciembre pasado, como luego se
verá.
José Mari Esparza y la editorial
Txalaparta presentan este martes, La sima. ¿Qué fue de la familia
Sagardía?, un libro que rescata aquella espantosa historia, el juicio que
le siguió y los silencios y leyendas que cubrieron esos valles. “No viviré lo
suficiente para agradecerle que haya escrito esto, esta desgracia ha estado
siempre presente en mi casa. Mi madre [la hermana de la malograda Juana Josefa]
sufrió muchísimo, nos contó la historia a todos, también a sus nietos, todos la
saben”, sigue Nati, una de las sobrinas octogenarias. “Quién iba a pensar que
hicieran aquella barbaridad”.
Juana Josefa salió del pueblo a mediados
de agosto, expulsada por los vecinos y, embarazada de siete meses; cogió a los
seis chicos y se instaló en una caseta derruida en el monte que cubrió con unos
matojos. A 450 metros de la sima. Desde allí mandó aviso a su marido, en el
monte, pero cuando Pedro Antonio bajó al pueblo en su ayuda lo paró la Guardia
Civil. “Lo llevaron a la misma prisión, en Doneztebe, donde retuvieron a Pío
Baroja, precisamente”, señala Jose Mari Esparza, el autor del libro, que ha
buscado los detalles en el sumario del caso. Estuvo preso ocho días y salió con
el mandato de alejarse de allí. El dinero que mandó desde el monte con un
conocido le llegó de vuelta. Juana Josefa ya había desaparecido y con ella toda
la familia.
“Lo sabe todo el mundo. Esa noche del 30
de agosto se oyeron cuatro disparos de escopeta. Quizá los más pequeños
lloraban y los mataron… Pero a los otros los echaron vivos a la sima. Todo el
mundo sabe que al día siguiente fueron a ver si aún se oían gemidos o llantos
allí”, asegura Nati. Pero no hay pruebas de nada. Solo secretos a voces
sostenidos en el tiempo. “Después tiraron piedras y troncos. Unos dos días
antes, los niños habían merendando con nosotros en casa y una de ellas,
Martina, quería quedarse y no volver a la chabola, pero no podíamos tenerla, mi
padre estaba entonces en la cárcel. Cuando pasó todo, mi madre no dejaba de
repetir: la podía haber salvado, la podía haber salvado”.
Los primeros días de la guerra fueron
salvajes en el mundo rural. Los más pérfidos aprovecharon para dirimir lindes,
consumar venganzas, callar bocas incómodas, apropiarse de terrenos. Las
escopetas iban por libre, adelantando la barbarie bélica que llegaría después y
sabiendo que los tiros no encontrarían más eco que el que devolviera el monte.
En pleno toque de queda, con las guardias vecinales que se formaban, la gente
no abría siquiera las ventanas. Pero en los pueblos todo acababa sabiéndose.
“Es imposible que nadie viera en una noche de agosto el fuego que arrasó la
chabola en la que vivía la familia, que no se oyeran los disparos”, dice
Esparza. Las incógnitas no son ajenas a este relato, a pesar de su
peculiaridad: en contra de lo común, hubo una investigación abierta 10 años y
ha quedado documentación. En eso tuvo que ver un pariente poderoso, de
influencia en el alzamiento militar, “el famoso y cruel coronel Antonio
Sagardía, tío del carbonero Pedro, que amenazó con quemar el pueblo si no se
aclaraba lo sucedido”. Pero las declaraciones de unos y otros aportaron poca
luz. Es tierra de contrabando y bocas selladas. En aquellos años, mandado por
el juez, un albañil bajó a la sima, pero a la subida solo relató el hallazgo de
piedras, leña y lanas de oveja. Caso cerrado.
El pasado diciembre, unos espeleólogos
descendieron de nuevo. El forense Francisco Etxevarría también estuvo allí.
Pero lo que apareció nada tenía que ver con lo que se buscaba. El cadáver que
emergió pertenecía a un joven de 24 años, desaparecido en la zona en 2008. El
secreto de sumario ha paralizado las pesquisas antiguas. Los vecinos han
contestado decenas de preguntas sobre este asunto y de paso, entre los verdes
prados y las piedras centenarias ha rodado de nuevo la historia de “la sima de
la familia”.
Arriba, entre Gaztelu y Donamaría, en la
ermita de Santa Leocadia se despacha a gusto Mariluz. “Yo era muy chica, pero mi
madre la veía ir y venir a Juana Josefa y siempre decía que era guapísima.
Estuvieron siete u ocho hombres en el ajo, ellos fueron los que los mataron.
Qué valor. Alguno de ellos murió entre alucinaciones: ‘están ahí, míralos, los
veo, en la puerta’; eso dicen”. Y fija la mirada en la montaña mientras cae el
sol de la tarde y el verde cobra tonalidades evocadoras. “¿Y sabes qué te digo?
Que después de todo aquello siguieron robando gallinas”. Y la quesera Ascen
rememora en su caserío el disgusto de su padre porque no evitaron la tragedia.
“Siempre lo decía: ‘debíamos haber ayudado a aquella gente”.
En el geriátrico de Pamplona, la mujer
de gesto grave, se remueve en el sillón. Ella se casó con el único de los hijos
de Juana Josefa que se salvó: José Martín, fallecido en 2007. En la estantería
está la foto de la boda. “Él nunca hablaba de esto, pero sabía dónde estaban,
en la sima, porque a veces le visitaba gente del pueblo y entonces comentaban…
Pero era doloroso. Él siempre llevó algo dentro, pero no lo decía…”. José
Martín se metió a requeté, como su padre, que murió joven. Cuando acabó la
guerra fue a visitar a sus primos y a la tía, la que le daba pan y chocolate a
sus hermanos. La tía Petra le recibió con una bofetada. Le reprochaba que se
hubiera ido a la guerra sin saber qué había sido de su familia. Pero luego
estuvieron charlando. Esa fue la última vez que lo vieron. Ahora la prima Nati
espera saludar a su viuda, Gloria Pedroarena, a quien no conocen. Todos se
verán en la presentación del libro de Esparza, en Pamplona, el martes. “Quiero
que saquen los huesos de allí, que se les dé un final digno”, reclama Nati. Y
la viuda de José Martín, el único hijo que sobrevivió dice con voz serena: “Yo
no sé si podemos pedir algo, hasta ahora no me lo había ni planteado y él ya no
vive, así que… Yo no sé si esas personas que hicieron eso habrán podido dormir.
Quién me iba a decir a mí que hoy estaría hablando de esta historia”.