Toda esta entrada está copiada del blog de Miguel Sanchez Ostiz
2015.01.03 https://vivirdebuenagana.wordpress.com/2015/01/03/la-sima-de-gaztelu-1/
El caso
está bajo secreto del sumario. Puedo equivocarme, pero no soy el único que
piensa que nada o muy poco se va a saber de este crimen, como de otros, y
que de hablarlo, en privado y cuidando de con quien lo haces. Y digo crimen porque
dadas las circunstancias que la noticia relata someramente y el escenario de
los hechos, cualquier tipo de accidente queda descartado. Al mozo lo mataron,
se lo llevaron hasta la sima y lo arrojaron a a ella en al confianza de que no
iba a ser encontrado nunca. ¿Quién o quiénes? No se sabe.
Hasta
ahora la desaparición del joven Indart era un tema recurrente de conversación y de especulación temerosa. Nadie
habla y nadie va a hablar. ¿Miedo? Seguramente. ¿A qué? A indisponerse, a ser
objeto de un ajuste de cuentas… ¿Por parte de quién? Ah, eso, no sé, no sé, no
te diré… Todo acaba en leyendas y cuentos de la región del Bidasoa, de los que
unos, los que saben, poseen el secreto o dicen poseerlo, y tienen por ello el
prestigio conversacional de la boca abierta y el vaso de vino en la mano. Ahora
ese crimen, es secreto del sumario.
Esa sima de Gaztelu (pueblo de unos cien habitantes) se traga
muchos secretos. La noticia no dice si los espeleólogos buscaban en concreto
los restos de la familia Sagardía asesinada en 1936 en circunstancias oscuras
de las que nadie ha querido hablar nunca, que yo sepa.
La Navarra negra: está descrita, a mi modo, en la novela La Sima, que luego se llamó Zarabanda, gracias a
una marranada que me hizo Antonia Kerrigan y que cuento en otro lugar.
-------------------------------
La sima
de Gaztelu, en Malerreka, comarca del Bidasoa, tiene fama, mala y viene de
antiguo, o cuando menos de 1936 cuando desapareció una familia entera del
pueblo en circunstancias dramáticas y espantosas.
Se trataba de la familia Sagardía Goñi, de la que el padre, Pedro Antonio Sagardía, y su hijo mayor, José Martín, se encontraban en el frente alistados, como muchos otros, de manera forzosa. En el pueblo quedó la esposa y madre, Juana Josefa Goñi, con los siete hijos restantes, de entre 16 y un año y cuatro meses la niña pequeña.
Se trataba de la familia Sagardía Goñi, de la que el padre, Pedro Antonio Sagardía, y su hijo mayor, José Martín, se encontraban en el frente alistados, como muchos otros, de manera forzosa. En el pueblo quedó la esposa y madre, Juana Josefa Goñi, con los siete hijos restantes, de entre 16 y un año y cuatro meses la niña pequeña.
«Se
desconocen los motivos por los que el padre de 46 años y el hijo mayor de 17
fueron al frente, pero hay testimonios de que fueron obligados. Se quedaron en
casa la madre de 38 años con los otros siete hijos entre 16 y el año y cuatro
meses de la benjamina. Al principio los vecinos ayudaron a la familia, pero en
la medida en que la guerra hacía aumentar las necesidades, se les acusaba de
realizar pequeños hurtos de los huertos. Fueron denunciados en el puesto de la
Guardia Civil de Santesteban (sargento Zubizarreta Gastesi), pero allí se les
dio a entender que lo solucionaran a su manera. Al día siguiente unos vecinos
hicieron trasladarse a la madre con los niños a una chabola, donde
desaparecieron sin dejar rastro. Al parecer fueron arrojados a una sima
profunda. La chabola donde estuvieron fue quemada.
.
El general Sagardía, emparentado con la familia inició una investigación. Los bomberos no pudieron llegar al fondo de la sima y el rastreo de los soldados tampoco encontraron rastros. Fueron detenidos unos vecinos que fueron puestos en libertad provisional. Posteriormente el general Sagardía, aconsejado por sus superiores, interrumpió las investigaciones y el episodio fue olvidado convirtiéndose en tabú.
El general Sagardía, emparentado con la familia inició una investigación. Los bomberos no pudieron llegar al fondo de la sima y el rastreo de los soldados tampoco encontraron rastros. Fueron detenidos unos vecinos que fueron puestos en libertad provisional. Posteriormente el general Sagardía, aconsejado por sus superiores, interrumpió las investigaciones y el episodio fue olvidado convirtiéndose en tabú.
El padre regresó de la guerra y falleció poco después.»
Durante
mucho tiempo se dijo que el hijo mayor se había ido a vivir a Baja Navarra, en
Ultrapuertos, hasta que alguien descubrió que en realidad había vivido
inadvertido en un barrio de Pamplona hasta su muerte. ¿Qué habría pasado por la
cabeza de este hombre desde 1939 a por lo menos los primeros años del siglo
XXI? Son más de sesenta años de silencio y de vivir con una historia atroz a
cuestas. ¿Se habría confiado a alguien? ¿A quién? ¿Cómo se puede vivir con esta
historia encima, sabiendo lo que ha pasado? ¿En qué creería aquel hombre? ¿En
la justicia, en la venganza, en Dios, en nada?
¿No era el abogado defensor de los detenidos alcalde del valle de Baztan y nacionalista? Pues en ese caso, su situación no debió de ser fácil. ¿Y los detenidos y encarcelados en un momento en que era mejor no pisar la cárcel de Pamplona bajo ningún concepto? ¿Y el general Sagardía, cómo se llegó a saber su actuación en una historia tan elemental que es es más flagrante relato de una ocultación?
Lo que
más me llama la atención es el tabú que dura hasta ahora, el silencio, la
evidente omertà que rodea ese y otros asuntos de la vida
negra del mundo en el que vivo, más proclive al silencio y a la ocultación de
lo que no conviene que se sepa, que a airear miserias y atropellos. Por cierto,
que Carmen Baroja, en sus memorias, se hizo eco de ese crimen, aunque no lo
situara con precisión, y es raro porque el general Sagardía fue contertulio de
la familia. El crimen era algo que en la comarca del Bidasoa se sabía,
que se sabe, aunque nada se diga ni se haya dicho ni se vaya a decir. Hace años
vi con qué obstinación cerraba la boca una persona anciana que sí parecía saber
y no quería no ya decir, sino pensar siquiera que algo sabía.
Hace unos
días la sima volvió a ser noticia cuando un grupo de espeleólogos bajó a la
sima y
encontró los restos de otra persona desaparecida en extrañas circunstancias
hace unos años. La
noticia decía que los espeleólogos habían bajado en busca de restos de
fusilados, no de la familia Sagardía Goñi.
El caso de los restos hallados hace unas semanas se encuentra bajo secreto del sumario, pero en el valle donde vivo pocos serán los que no estén convencidos de que nada se va a saber, al margen de que ya sea un asunto de los que no conviene hablar, de esos de los que cuanto menos se hable, mejor. Uno más, uno de tantos.
* * *
Hablar,
no hablar, escribir, no hacerlo, por qué; sobre todo esto, por qué, con qué
objeto. ¿Poner al descubierto hechos injustos, atropellos, delitos cuando la
justicia positiva se hace imposible? ¿Verdad o espectáculo? ¿Drama humano
o novela negra? Pero sobre todo desmemoria, virtudes públicas y vicios
privados. Por ejemplo, nadie quiere acordarse de verdad, sin novelerías, de lo que pasó con los portugueses a
los que se cobraba por pasar a Francia y eran abandonados en territorio
español, vendidos y expoliados, por ejemplo. ¿Y los judíos? ¿Todo fue labor
humanitaria, altruismo? Porque hasta los que pasaban aviadores aliados caídos
en misión de combate, cobraban (he visto los recibos). Y hay más, y se sabe, y
no se nombra. Esto no es una novela de Leonardo Sciascia, esto sucede en
el mundo en el que vivo y del
que he escrito en ocasiones: El corazón de la niebla (2001), novela en la que
aparecen personajes no muy diferentes a los que aquí se alude, y Zarabanda (2012).
La Sima
EN Navarra, las simas tienen mala fama y suelen estar en parajes muy hermosos. Más que nada porque en tiempos de Guerra Civil arrojaban a ellas gente asesinada para hacerla desaparecer. Algunos de esos crímenes fueron particularmente horrendos, como el perpetrado en Gaztelu, comarca de Malderreka, en el Bidasoa, donde hicieron desaparecer a una familia casi entera – la madre y siete hijos de entre dieciseis y un año- mientras el marido y el hijo mayor estaban en el frente. Aunque la familia fuera pariente del general Sagardía, el crimen no se aclaró nunca. Dieron carpetazo a las diligencias que señalaban tanto a vecinos del pueblo como a la Guardia Civil de Santesteban.
A una sima de Urbasa es posible que fuera a parar la maestra Camino Oscoz Urriza, de 26 años, cuya detención y humillaciones relató Galo Vierge en Los culpables.
Hace poco de otra sima de Andía, sacaron los restos de ocho personas y no saben de dónde salían, si de la guerra, de un ajuste de cuentas o hasta de una “limpieza de cementerio”.
Guerras civiles, fugitivos de la Ocupación, evadidos de campos de concentración, colaboracionistas, aviadores aliados, contrabandistas, inmigrantes portugueses, chinos, servicios secretos… la frontera y sus simas, sus muertes en extrañas circunstancias.
La Sima: el lugar donde se ocultan los secretos infames, las vergüenzas, lo que no conviene remover, lo que es mejor que no salga a la luz, ni entonces ni ahora ni nunca, para que no se azuzen odios, para alguien duerma tranquilo sobre la almohada de quien, además de padecer insomnio, está obligado a aquedarse quieto, quieto, callado.
A una sima de Urbasa es posible que fuera a parar la maestra Camino Oscoz Urriza, de 26 años, cuya detención y humillaciones relató Galo Vierge en Los culpables.
Hace poco de otra sima de Andía, sacaron los restos de ocho personas y no saben de dónde salían, si de la guerra, de un ajuste de cuentas o hasta de una “limpieza de cementerio”.
Guerras civiles, fugitivos de la Ocupación, evadidos de campos de concentración, colaboracionistas, aviadores aliados, contrabandistas, inmigrantes portugueses, chinos, servicios secretos… la frontera y sus simas, sus muertes en extrañas circunstancias.
La Sima: el lugar donde se ocultan los secretos infames, las vergüenzas, lo que no conviene remover, lo que es mejor que no salga a la luz, ni entonces ni ahora ni nunca, para que no se azuzen odios, para alguien duerma tranquilo sobre la almohada de quien, además de padecer insomnio, está obligado a aquedarse quieto, quieto, callado.
ZARABANDA de Miguel Sanchez-Ostiz
DESDE que comencé a escribir esta novela, en
febrero de este año (2011), tuve como norte de mi escritura, su título, La
Sima, no por capricho, sino porque hablaba de una sima que existe en el país en
el que vivo y que es símbolo de otras simas. Lo escribí en una entrada de mi
blog titulada así, La Sima. De hecho la primera cubierta que hizo Casajordi
tenía ese título.
Los asuntos de los que trata tienen que ver
(en la ficción) con una sima a la que han sido arrojadas víctimas de atropellos
o de ajustes de cuentas, desde la tercera Guerra Carlista hasta ahora mismo si
me apuran, pasando por la Guerra Civil o los episodios del contrabando y el
paso de personas a través de la frontera... Ese mundo existe. He vivido en él
los años suficientes como para darme cuenta de algo de lo –––que bullía en sus
trastiendas.
La sima se encuentra en un territorio
fronterizo, al que llamo Humberri, entre Navarra y el País Vasco francés,
considerado por la industria turística como un lugar idílico.
* * *
Si en agosto/septiembre de 2011 hubiese
sospechado la marranada que me iba a hacer la agente literaria Antonia
Kerrigan, nunca habría aceptado cambiar ese título. Y no lo hubiese cambiado
porque el núcleo central de la novela era y sigue siendo una sima. Y de la
charrada ya hablaré, con todo detalle además, en otro lugar.