martes, 18 de agosto de 2015

La Sima en vivirdebuenagana (Blog de Miguel Sanchez Ostiz)

Toda esta entrada está copiada del blog de Miguel Sanchez Ostiz 
2015.01.03   https://vivirdebuenagana.wordpress.com/2015/01/03/la-sima-de-gaztelu-1/
El caso está bajo secreto del sumario. Puedo equivocarme, pero no soy el único que piensa que nada o muy poco se va a saber de este crimen,  como de otros, y que de hablarlo, en privado y cuidando de con quien lo haces. Y digo crimen porque dadas las circunstancias que la noticia relata someramente y el escenario de los hechos, cualquier tipo de accidente queda descartado. Al mozo lo mataron, se lo llevaron hasta la sima y lo arrojaron a a ella en al confianza de que no iba a ser encontrado nunca. ¿Quién o quiénes? No se sabe.

Hasta ahora la desaparición del joven Indart era un tema recurrente de conversación y de especulación temerosa.  Nadie habla y nadie va a hablar. ¿Miedo? Seguramente. ¿A qué? A indisponerse, a ser objeto de un ajuste de cuentas… ¿Por parte de quién? Ah, eso, no sé, no sé, no te diré… Todo acaba en leyendas y cuentos de la región del Bidasoa, de los que unos, los que saben, poseen el secreto o dicen poseerlo, y tienen por ello el prestigio conversacional de la boca abierta y el vaso de vino en la mano. Ahora ese crimen, es secreto del sumario.

Esa sima de Gaztelu (pueblo de unos cien habitantes) se traga muchos secretos. La noticia no dice si los espeleólogos buscaban en concreto los restos de la familia Sagardía asesinada en 1936 en circunstancias oscuras de las que nadie ha querido hablar nunca, que yo sepa.

La Navarra negra: está descrita, a mi modo, en la novela La Sima, que luego se llamó Zarabanda, gracias a una marranada que me hizo Antonia Kerrigan y que cuento en otro lugar.
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La sima de Gaztelu, en Malerreka, comarca del Bidasoa, tiene fama, mala y viene de antiguo, o cuando menos de 1936 cuando desapareció una familia entera del pueblo en circunstancias dramáticas y espantosas.
Se trataba de la familia Sagardía Goñi, de la que el padre, Pedro Antonio Sagardía, y su hijo mayor, José Martín, se encontraban en el frente alistados, como muchos otros, de manera forzosa. En el pueblo quedó la esposa y madre, Juana Josefa Goñi, con los siete hijos restantes, de entre 16 y un año y cuatro meses la niña pequeña.



«Se desconocen los motivos por los que el padre de 46 años y el hijo mayor de 17 fueron al frente, pero hay testimonios de que fueron obligados. Se quedaron en casa la madre de 38 años con los otros siete hijos entre 16 y el año y cuatro meses de la benjamina. Al principio los vecinos ayudaron a la familia, pero en la medida en que la guerra hacía aumentar las necesidades, se les acusaba de realizar pequeños hurtos de los huertos. Fueron denunciados en el puesto de la Guardia Civil de Santesteban (sargento Zubizarreta Gastesi), pero allí se les dio a entender que lo solucionaran a su manera. Al día siguiente unos vecinos hicieron trasladarse a la madre con los niños a una chabola, donde desaparecieron sin dejar rastro. Al parecer fueron arrojados a una sima profunda. La chabola donde estuvieron fue quemada.
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El general Sagardía, emparentado con la familia inició una investigación. Los bomberos no pudieron llegar al fondo de la sima y el rastreo de los soldados tampoco encontraron rastros. Fueron detenidos unos vecinos que fueron puestos en libertad provisional. Posteriormente el general Sagardía, aconsejado por sus superiores, interrumpió las investigaciones y el episodio fue olvidado convirtiéndose en tabú.

El padre regresó de la guerra y falleció poco después.»
Durante mucho tiempo se dijo que el hijo mayor se había ido a vivir a Baja Navarra, en Ultrapuertos, hasta que alguien descubrió que en realidad había vivido inadvertido en un barrio de Pamplona hasta su muerte. ¿Qué habría pasado por la cabeza de este hombre desde 1939 a por lo menos los primeros años del siglo XXI? Son más de sesenta años de silencio y de vivir con una historia atroz a cuestas. ¿Se habría confiado a alguien? ¿A quién? ¿Cómo se puede vivir con esta historia encima, sabiendo lo que ha pasado? ¿En qué creería aquel hombre? ¿En la justicia, en la venganza, en Dios, en nada?

¿No era el abogado defensor de los detenidos alcalde del valle de Baztan y nacionalista? Pues en ese caso, su situación no debió de ser fácil. ¿Y los detenidos y encarcelados en un momento en que era mejor no pisar la cárcel de Pamplona bajo ningún concepto? ¿Y el general Sagardía, cómo se llegó a saber su actuación en una historia tan elemental que es es más flagrante relato de una ocultación?

Lo que más me llama la atención es el tabú que dura hasta ahora, el silencio, la evidente omertà que rodea ese y otros asuntos de la vida negra del mundo en el que vivo, más proclive al silencio y a la ocultación de lo que no conviene que se sepa, que a airear miserias y atropellos. Por cierto, que Carmen Baroja, en sus memorias, se hizo eco de ese crimen, aunque no lo situara con precisión, y es raro porque el general Sagardía fue contertulio de la familia. El crimen era algo que  en la comarca del Bidasoa se sabía, que se sabe, aunque nada se diga ni se haya dicho ni se vaya a decir. Hace años vi con qué obstinación cerraba la boca una persona anciana que sí parecía saber y no quería no ya decir, sino pensar siquiera que algo sabía.

Hace unos días la sima volvió a ser noticia cuando un grupo de espeleólogos bajó a la sima y encontró los restos de otra persona desaparecida en extrañas circunstancias hace unos años. La noticia decía que los espeleólogos habían bajado en busca de restos de fusilados, no de la familia Sagardía Goñi.

El caso de los restos hallados hace unas semanas se encuentra bajo secreto del sumario, pero en el valle donde vivo pocos serán los que no estén convencidos de que nada se va a saber, al margen de que ya sea un asunto de los que no conviene hablar, de esos de los que cuanto menos se hable, mejor. Uno más, uno de tantos.
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Hablar, no hablar, escribir, no hacerlo, por qué; sobre todo esto, por qué, con qué objeto. ¿Poner al descubierto hechos injustos, atropellos, delitos cuando la justicia positiva se hace imposible?  ¿Verdad o espectáculo? ¿Drama humano o novela negra? Pero sobre todo desmemoria, virtudes públicas y vicios privados. Por ejemplo, nadie quiere acordarse de verdad, sin novelerías, de lo que pasó con los portugueses a los que se cobraba por pasar a Francia y eran abandonados en territorio español, vendidos y expoliados, por ejemplo. ¿Y los judíos? ¿Todo fue labor humanitaria, altruismo? Porque hasta los que pasaban aviadores aliados caídos en misión de combate, cobraban (he visto los recibos). Y hay más, y se sabe, y no se nombra. Esto no es una novela de Leonardo Sciascia,  esto sucede en el mundo en el que vivo y del que he escrito en ocasionesEl corazón de la niebla (2001), novela en la que aparecen personajes no muy diferentes a los que aquí se alude, y Zarabanda (2012).

La Sima


EN Navarra, las simas tienen mala fama y suelen estar en parajes muy hermosos. Más que nada porque en tiempos de Guerra Civil arrojaban a ellas gente asesinada para hacerla desaparecer. Algunos de esos crímenes fueron particularmente horrendos, como el perpetrado en Gaztelu, comarca de Malderreka, en el Bidasoa, donde hicieron desaparecer a una familia casi entera – la madre y siete hijos de entre dieciseis y un año- mientras el marido y el hijo mayor estaban en el frente. Aunque la familia fuera pariente del general Sagardía, el crimen no se aclaró nunca. Dieron carpetazo a las diligencias que señalaban tanto a vecinos del pueblo como a la Guardia Civil de Santesteban.
A una sima de Urbasa es posible que fuera a parar la maestra Camino Oscoz Urriza, de 26 años, cuya detención y humillaciones relató Galo Vierge en Los culpables.
Hace poco de otra sima de Andía, sacaron los restos de ocho personas y no saben de dónde salían, si de la guerra, de un ajuste de cuentas o hasta de una “limpieza de cementerio”.
Guerras civiles, fugitivos de la Ocupación, evadidos de campos de concentración, colaboracionistas, aviadores aliados, contrabandistas, inmigrantes portugueses, chinos, servicios secretos… la frontera y sus simas, sus muertes en extrañas circunstancias.
La Sima: el lugar donde se ocultan los secretos infames, las vergüenzas, lo que no conviene remover, lo que es mejor que no salga a la luz, ni entonces ni ahora ni nunca, para que no se azuzen odios, para alguien duerma tranquilo sobre la almohada de quien, además de padecer insomnio, está obligado a aquedarse quieto, quieto, callado.


ZARABANDA  de Miguel Sanchez-Ostiz

DESDE que comencé a escribir esta novela, en febrero de este año (2011), tuve como norte de mi escritura, su título, La Sima, no por capricho, sino porque hablaba de una sima que existe en el país en el que vivo y que es símbolo de otras simas. Lo escribí en una entrada de mi blog titulada así, La Sima. De hecho la primera cubierta que hizo Casajordi tenía ese título.
Los asuntos de los que trata tienen que ver (en la ficción) con una sima a la que han sido arrojadas víctimas de atropellos o de ajustes de cuentas, desde la tercera Guerra Carlista hasta ahora mismo si me apuran, pasando por la Guerra Civil o los episodios del contrabando y el paso de personas a través de la frontera... Ese mundo existe. He vivido en él los años suficientes como para darme cuenta de algo de lo –––que bullía en sus trastiendas.
La sima se encuentra en un territorio fronterizo, al que llamo Humberri, entre Navarra y el País Vasco francés, considerado por la industria turística como un lugar idílico.
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Si en agosto/septiembre de 2011 hubiese sospechado la marranada que me iba a hacer la agente literaria Antonia Kerrigan, nunca habría aceptado cambiar ese título. Y no lo hubiese cambiado porque el núcleo central de la novela era y sigue siendo una sima. Y de la charrada ya hablaré, con todo detalle además, en otro lugar.